Introducción:
La condición del trabajador urbano en la
ciudad de Guatemala
Guatemala es un país de
grandes contrastes sociales. Las condiciones laborales en cualquier estrato
socioeconómico reflejan la gravedad de los contrastes de distintas maneras; un
jornalero en el interior de la República puede ser el engranaje esencial de la
producción agrícola a gran escala de cualquier producto de exportación, pero
vivirá en una condición de pobreza perpetua al no modificarse las bases sobre
las cuales se establecieron las relaciones laborales. Estos trabajadores no
tienen incidencia en la toma de decisiones que se lleva a cabo en las altas
esferas de la oligarquía agropecuaria que aún ostenta el statu quo del estrato económico-político y a medida que este último
se fortalece, las filas de aquellos que ya viven en pobreza continúan aumentando.
Existen dos realidades que
los trabajadores de Guatemala experimentan a diario; una es exclusiva del área
rural y probablemente sea la que más es presentada a los medios y es analizada
por centros de investigación social debido a la radicalidad de su naturaleza,
sin embargo, la pobreza urbana es la que presenta un problema más delicado que
tiende a disimularse al incluirse en los análisis capitalinos de crecimiento
económico. En primera instancia, debe de definirse el concepto de pobreza a
utilizar en el presente documento: “…la pobreza es entendida como la ausencia o
limitación en capacidades para funcionar. Es decir, incluye todos aquellos
factores que limitan a los seres humanos en su proceso de realización, por
ejemplo, la insuficiencia de ingresos o recursos materiales, la ausencia de un
trabajo digno, la malnutrición, la inseguridad, la falta de posibilidades de
educación, etc.” (PNUD, 2010)
Ante esta definición como
punto de referencia, el describir la condición del trabajador urbano del país
se convierte en una tarea sencilla. Con el fin de presentar un análisis más
objetivo, es necesario utilizar esta definición en conjunto con los indicadores
que presenta la ENCOVI sobre las líneas de pobreza extrema y no extrema; éstos
demuestran que la pobreza no extrema urbana en el departamento de Guatemala es
del 16.23% de la población total (ENCOVI 2011). Todos los datos que cualquier
encuesta presenten serán simplemente eso (un dato) a la vista de muchos
analistas, sin tener la capacidad de mostrar empatía hacia esos habitantes cuya
dignidad humana se ve obligada a aparecer como un simple número o porcentaje
dentro de una base de datos. En el casco urbano del departamento de Guatemala,
se observa una realidad preocupante; la pobreza se disimula ante los índices de
crecimiento económico que se dan a consecuencia de la acumulación de la riqueza
en un núcleo urbano-empresarial.
Guatemala presenta una
realidad dual y quizás, solo aquellos que viven en la ciudad y conocen esta
realidad son capaces de apreciarla más allá de cualquier indicador o análisis
estadístico. No es necesario viajar al interior del país para apreciar
condiciones de pobreza alarmantes. En un radio de 1km a la redonda de cualquier
tipo de edificación lujosa, el citadino puede observar condiciones de pobreza
al transitar hacia cualquier dirección. No es de extrañar que esto suceda, pues
esto es un resultado de cualquier país que atraviesa un proceso de
industrialización; sin embargo, Guatemala presenta un núcleo urbano que ha
alcanzado etapas superiores de industrialización y desarrollo pero que ha
descuidado el desarrollo homogéneo de todas las capas y estratos sociales. En
otras palabras, existe una realidad en donde el rico ha sido capaz de acumular
mayores lujos y riquezas a la vez que el pobre ha sido relegado a condiciones
de servidumbre con el fin de sobrevivir a la vida en ciudad.
Estas condiciones de
servidumbre son disimuladas o disfrazadas por el mito capitalista, el cual
promueve la superación personal por medio del trabajo arduo que liberará del
flagelo de la pobreza a aquel que se proponga a hacerlo. Para entender esto, se
utilizará un ejemplo que ilustre esta realidad.
Un día normal
Felipe se despierta todos
los días a las 4:30am con el fin de tener el tiempo suficiente para bañarse y
prepararse para estar en su trabajo a las 7:00am. Durante toda su vida, no ha
sido ajeno a tener que caminar cinco cuadras antes de llegar a la parada del
bus, el cual le conducirá a un “Call-Center” en donde permanecerá diez horas.
Al subir al bus, se encuentra con las mismas personas de siempre, muchos de
ellos con el mismo destino que él. El bus parte del centro de Villa Nueva hacia
la Z.10 de la Ciudad de Guatemala a las 5:45. A medida que avanza, el lento
andar se convierte en una carrera entre conductores que pelean por el “pasaje”
de muchos otros trabajadores urbanos que necesitan llegar a tiempo a sus
fábricas, call-centers, maquilas, entre otros lugares de trabajo. El bus se
llena de una rica diversidad de personas, señoras, señoritas que se aferran a
sus bolsas y las pocas joyas de fantasía que poseen, jóvenes que prefieren
desconectarse del mundo al conectarse a sus audífonos y viejos que prefieren
dormir hasta alcanzar su destino. Todos ellos andan con un semblante similar:
una misma expresión de cansancio combinada aquella serenidad y determinación
que la responsabilidad laboral otorga a aquellos que deben de traer el pan a
casa.
A medida que las curvas de
la cuesta de Villalobos llegan a su fin, el tráfico de ingreso a la ciudad se
convierte en un denso mar de vehículos con resabios de una cultura que no ha
sabido lidiar con la toma de decisiones prudentes que podrían haber construido
una ciudad con un mejor ordenamiento vial y que por lo tanto, han causado en
los transeúntes estrés y ansiedad colectiva al querer imponer voluntades a la
hora de conducir. Unos deciden que llegar a tiempo a sus trabajos es prioridad
nacional y por eso deciden atravesarse todos los carriles que puedan a medida
que encuentran espacios por los cuales puedan colarse y adelantar unos cuantos
metros. La prudente señalización que permitiría a las personas incorporarse a
un carril se convierte ahora en una indicación para la mayoría de pilotos que
acelerarán con el fin de no perder ellos su espacio en una vía que siendo
propiedad de los ciudadanos y de quienes transiten en ella, en este momento se
convierte en propiedad individual y será defendida hasta la muerte. Mientras
tanto, Felipe piensa… y piensa en su mujer. Pocas cosas motivan al hombre de
una forma tan poderosa; citando a Napoleón, “Hay cuatro cosas que ponen al
hombre en acción: Interés, Amor, Miedo y Fe.”, para Felipe, el principal
motivante que lo ha puesto en acción es su mujer que en este momento espera a
su segundo hijo.
Los gastos han sido grandes
este mes. Debe de conseguir aquel ascenso por el cual ha estado esforzándose a
lo largo de medio año. Las plazas de supervisores le darían por lo menos Q3,500 más de lo actualmente devenga, lo cual le daría un total de Q7,000
mensuales, más todos aquellos bonos por productividad que dependerían de los
resultados que su grupo logre alcanzar bajo su liderazgo. Trabajando con
números en su cabeza, Felipe no se percata de los dos señores que andan
predicando acerca de su conversión al Evangelio y de cómo éste evento trascendental
ha evitado que todos los que están sentados en ese momento sean asaltados con
aquella brutalidad que haría llorar hasta el niño Dios.
El bus alcanza los
Próceres, y todo el entorno comienza a cambiar. Los edificios se convierten en
el distintivo predominante del paisaje, los carros golpeados y aquellos pickups
que apenas y pueden andar ceden su lugar a carros un poco más modernos; BMW,
Audio, Volvo, Mercedes-Benz, todas estas marcas son ahora más frecuentes. Felipe
es sacado de su trance al ver un BMW del ‘99 en un predio que es anunciado a
Q50,000.00. Ése es el carro que necesita.
El bus se acerca al Centro
Comercial Pradera, en donde deberá de hacer la parada final para Felipe. Al
aproximarse a McDonald´s, el conductor frena y se estaciona por unos minutos.
Muchos de los que vienen en el bus se bajan en este momento, siendo Felipe uno
de ellos. Revisa sus bolsillos en búsqueda de su “badge”, aquel instrumento que
le servirá para acceder al edificio y que le identifica como un trabajador para
una empresa que ha crecido de forma exponencial a lo largo de diez años. Al
encontrarla, la cuelga alrededor de su cuello. Un pensamiento pasa por su
cabeza: “Bienvenido a la esclavitud”. Llega a su cubículo, en el cual aún se
encuentra Lissette intentando apaciguar a un cliente a través del teléfono. La
llamada fue un fracaso rotundo y tiene que ser trasladada a un supervisor en
Estados Unidos.
Lissette exhala en
frustración y ve a Felipe esperando a que den las 7:00 para conectarse y
reemplazarla a ella como el engranaje vital pero invisible de la industria de
servicios del país. Liss optó por tomar el “Graveyard Shift”, o turno de la
noche, con el fin de ganar un poco más de dinero y poder estudiar durante la
mañana en una universidad privada que ofrece descuentos a los trabajadores de
esta empresa y que ella paga con la mitad de su salario mensual. Restando 2
minutos para que den las 7:00, Liss pone a su estación en modo de espera con el
fin de que no entre ninguna llamada que pueda prolongar su estadía en este
lugar y le obligue a llegar tarde a su primera clase, la cual empezará a las
7:30. Felipe la saluda y saca sus auriculares de la mochila que cargaba en la
espalda y se sienta en esa silla que Lissette ha dejado cálida después de
muchas horas de permanecer sentada.
Al conectarse al sistema,
la primera de muchas llamadas le llega en menos de 30 segundos. Cada llamada
debe de durar en promedio 5 o 6 minutos ya que de excederse de parámetro, su
trabajo sería considerado como inefectivo. Dura 23 minutos. El sistema le
otorga automáticamente un minuto para que redacte el informe final de la
llamada.
El tiempo transcurre. En
menos de dos horas, Felipe ha atendido 26 llamadas. Dos de ellas han
trascendido y ha debido de trasladarlas a un supervisor. El resto de clientes
han quedado satisfechos con su desempeño. El primer descanso está previsto a
las 9:30am, pero Felipe sabe que esto puede llegar a aplazarse si una llamada
entra antes de las 9:29, el único momento en que tiene autorizado poner a su
equipo en estado de suspensión para poder salir a su receso a tiempo. Por
suerte, la última llamada que tomó fue una “Dead Call”, una llamada que algún
agente telefónico no terminó y quedó en suspensión; Felipe ha estado oyendo
aquella irritante pero aceptable música que le recuerdan a los camiones de
helados de su juventud por más de diez minutos. Antes de irse al receso, le
transfiere la llamada a Gerardo, quien se sienta en el cubículo adosado al
suyo. Gerardo le da las gracias y se prepara a descansar el tiempo que dure esa
llamada o se desconecte automáticamente.
Quince minutos no
pareciesen ser suficientes para descansar, pero en esta industria, estos
minutos son tan preciados que simplemente se disfrutan de la mejor manera
posible. Felipe busca la cajetilla de cigarros que compró el día anterior y
agarra el encendedor que su novia le regaló, los mete en su bolsillo y corre
por las escaleras hacia el primer nivel. Al salir, el sol de la mañana ha hecho
lo suyo; las calles están calientes y las personas atrapadas en el tráfico
buscan formas de refrescarse, algunos abren los vidrios, algunos comienzan a
sudar, otros suben el nivel del aire acondicionado al máximo y permanecen con
los vidrios cerrados. Pero en este momento, lo único que importa es el placer
que Felipe experimenta al fumar ese cigarro. Las voces molestas, los gritos,
los insultos, todos se desvanecen de la misma forma en la que el humo se disipa
en el aire congestionado de la ciudad. Lastimosamente, los quince minutos
terminan demasiado rápido y debe de regresar a su puesto; cualquier atraso
significa una multa de cinco dólares al final del mes.
El conteo de llamadas
asciende a 71. Sólo tres han debido de ser trasladadas a su supervisor. El
almuerzo se aproxima de forma agónica. Antes de ponerse en modo de espera, una
última llamada aplaza su media hora de almuerzo por más de veinticinco minutos.
Al terminar la llamada, las personas con las que regularmente almuerza están
regresando a sus cubículos. Algunos deciden ir al baño, ya sea a defecar o a
orinar, en los pocos minutos que les quedan. Otros, prefieren seguir
conversando entre sí. Felipe corre al séptimo nivel. La cantidad de gente en la
cafetería es extraordinaria. Hay más de veinte personas esperando en cola para
ser atendidas; haciendo cálculos en su mente, se da cuenta que no le alcanzará
el tiempo para comer. Corre hacia el primer nivel y se dirige a una cafetería
que está a dos cuadras, sobre la 20 calle. Al llegar, la fila es de solo dos
personas. Hoy sirven pepián, comida que detesta con toda su alma. A medida que
cada bocado convierte ese guiso con sabor a tierra en un poco más tolerable, el
tiempo transcurre de nuevo muy rápido. Corre de nuevo al edificio, luego de
dejar más de la mitad del plato debido a su sabor terroso.
Se conecta a tiempo. Las
otras 30 llamadas transcurren sin muchas eventualidades. Una agente telefónica
coquetea con él y decide seguirle el juego, ¿Qué podría pasar si esta muchacha
se encuentra a cientos de kilómetros y jamás se cruzarán en sus vidas? Además,
es una buena forma de perder el tiempo. Ve su reloj, quedan dos minutos para su
último descanso de la jornada. Es en este descanso donde se toma su tiempo para
ir al baño. Casi nunca hay papel en el baño, por lo que es necesario que todos
traigan un rollo de papel higiénico para no tener que pasar por apuros. Saca el
suyo de su mochila y camina con algo de prisa. A pesar de llevar varios años en
este trabajo, su organismo aún no se acostumbra a un horario de diez horas sin
defecar. Al entrar al baño, una sinfonía de ruidos seguida de una experiencia
olfativa poco agradable inunda sus sentidos… Pronto estaría dando su aporte a
esta orquesta.
Termina poco antes de que
el tiempo se agote. Regresa a su puesto. A esta hora, el ritmo de llamadas se
desacelera y queda tiempo entre llamadas para poder conversar con sus amigos.
Ve a su izquierda y nota los ojos rojos al estilo del mismo cadejo que su
compadre ostenta. El uso de marihuana en los recesos de quince minutos es algo
demasiado común en este lugar; la mayoría trata de escapar a esa realidad a la
cual están encadenados con su badge alrededor del cuello. Ve a Víctor, un señor
de cuarenta y cinco años que es considerado el tipo más gracioso del lugar.
Víctor se enfrasca en una discusión con un cliente que quiere una cortesía
adicional a todas las que el producto ya incluye. Al intentar explicarle que no
es posible obtener eso gratis, él le ofrece un precio con descuento. La agente
lo manda al diablo y la cara de Víctor se torna seria. “Vieja cabrona” dice al
terminar su llamada; lastimosamente, no puso su estación en modo silencioso y
el supervisor de turno oye su contestación. Mandan a llamar a Víctor y le dan
una sanción, perdiendo su bono por productividad.
El tiempo pasa y es hora de
salir. Una última llamada atrasa su salida dos minutos. Felipe se desconecta y
se retira del lugar, despidiéndose de aquellos que no estén atendiendo una
llamada por el momento. Atraviesa el boulevard y se sube a un bus que ya
desbordó su capacidad. El camino a casa promete ser interesante. Al abrir los
ojos nuevamente, descubre que está a tres cuadras de su parada. Se baja y
camina otro poco hasta llegar a su casa, pero antes de entrar oye como la
sirena de una ambulancia se dirige a un callejón que colinda con su calle. Las
luces rojas le recuerdan del peligro al que su familia está expuesta todos los
días, pero agradece a Dios de que nada le ha pasado en el tiempo que ha vivido
en este lugar. Al abrir la puerta de hierro, José su hijo lo saluda con un
abrazo. Su novia, que se convertirá en su esposa en cuanto ahorre para un
anillo, lo saluda con un beso.
Se sientan a cenar. Lo típico
de todas las cenas, el niño termina de comer rápido, una discusión sobre las
deudas a pagar se suscita… Felipe ve al techo y cuestiona su actual existencia.
Todo el día de hoy se repetirá mañana. Esta cadena de eventos, coincidencias,
personajes y demás circunstancias tiene una forma peculiar de manifestarse día
tras día. Algunas personas cambiarán, ciertos lugares nuevos serán visitados,
el humor de su novia será tan aleatorio como siempre, pero la certeza de que
nada será radicalmente distinto le causa ahora desesperación. No era lo que él
quería hacer cuando era niño ni adolescente. Las decisiones y sus circunstancias
le han llevado a una realidad en la que simplemente es una pieza más en el
engranaje de la sociedad capitalista en la que vive.
El sentimiento le causa
ansiedad. Sale de la casa cerca de las 9:00pm y se dirige a la tienda de la
esquina. Al llegar, se encuentra con las mismas figuras que siempre habitan el
lugar. Dos de ellos lo saludan y le invitan a sentarse sobre una caja de
refrescos vacía hecha de ese plástico duro que evita que se compriman y
deshagan entre sí. Pide un “octavo” de Quetzalteca y las estrellas comienzan a
difuminar su luz en la noche en la medida en que se convierten en una serie de
pinceladas que se arrastran solas de manera proporcional a cómo la botella se
vacía.
El otro día inicia igual…
pero esta vez, con una ligera resaca.
La anterior historia
ilustra un día en la vida de un trabajador urbano en la ciudad de Guatemala. Es
necesario sintetizar que si bien puede ser una historia ficticia, todo lo
descrito compone elementos de la realidad que el trabajador debe de atravesar a
diario. Desde la delincuencia reformada, los vicios, el estrés, la falta de
solvencia económica, entre tantos otros problemas, no permiten que el
capitalino otorgue de sentido a su vida.