Sunday, December 8, 2013

Una historia de Call-Center

Introducción:



La condición del trabajador urbano en la ciudad de Guatemala
Guatemala es un país de grandes contrastes sociales. Las condiciones laborales en cualquier estrato socioeconómico reflejan la gravedad de los contrastes de distintas maneras; un jornalero en el interior de la República puede ser el engranaje esencial de la producción agrícola a gran escala de cualquier producto de exportación, pero vivirá en una condición de pobreza perpetua al no modificarse las bases sobre las cuales se establecieron las relaciones laborales. Estos trabajadores no tienen incidencia en la toma de decisiones que se lleva a cabo en las altas esferas de la oligarquía agropecuaria que aún ostenta el statu quo del estrato económico-político y a medida que este último se fortalece, las filas de aquellos que ya viven en pobreza continúan aumentando.
Existen dos realidades que los trabajadores de Guatemala experimentan a diario; una es exclusiva del área rural y probablemente sea la que más es presentada a los medios y es analizada por centros de investigación social debido a la radicalidad de su naturaleza, sin embargo, la pobreza urbana es la que presenta un problema más delicado que tiende a disimularse al incluirse en los análisis capitalinos de crecimiento económico. En primera instancia, debe de definirse el concepto de pobreza a utilizar en el presente documento: “…la pobreza es entendida como la ausencia o limitación en capacidades para funcionar. Es decir, incluye todos aquellos factores que limitan a los seres humanos en su proceso de realización, por ejemplo, la insuficiencia de ingresos o recursos materiales, la ausencia de un trabajo digno, la malnutrición, la inseguridad, la falta de posibilidades de educación, etc.” (PNUD, 2010)
 Ante esta definición como punto de referencia, el describir la condición del trabajador urbano del país se convierte en una tarea sencilla. Con el fin de presentar un análisis más objetivo, es necesario utilizar esta definición en conjunto con los indicadores que presenta la ENCOVI sobre las líneas de pobreza extrema y no extrema; éstos demuestran que la pobreza no extrema urbana en el departamento de Guatemala es del 16.23% de la población total (ENCOVI 2011). Todos los datos que cualquier encuesta presenten serán simplemente eso (un dato) a la vista de muchos analistas, sin tener la capacidad de mostrar empatía hacia esos habitantes cuya dignidad humana se ve obligada a aparecer como un simple número o porcentaje dentro de una base de datos. En el casco urbano del departamento de Guatemala, se observa una realidad preocupante; la pobreza se disimula ante los índices de crecimiento económico que se dan a consecuencia de la acumulación de la riqueza en un núcleo urbano-empresarial.
Guatemala presenta una realidad dual y quizás, solo aquellos que viven en la ciudad y conocen esta realidad son capaces de apreciarla más allá de cualquier indicador o análisis estadístico. No es necesario viajar al interior del país para apreciar condiciones de pobreza alarmantes. En un radio de 1km a la redonda de cualquier tipo de edificación lujosa, el citadino puede observar condiciones de pobreza al transitar hacia cualquier dirección. No es de extrañar que esto suceda, pues esto es un resultado de cualquier país que atraviesa un proceso de industrialización; sin embargo, Guatemala presenta un núcleo urbano que ha alcanzado etapas superiores de industrialización y desarrollo pero que ha descuidado el desarrollo homogéneo de todas las capas y estratos sociales. En otras palabras, existe una realidad en donde el rico ha sido capaz de acumular mayores lujos y riquezas a la vez que el pobre ha sido relegado a condiciones de servidumbre con el fin de sobrevivir a la vida en ciudad.
 Estas condiciones de servidumbre son disimuladas o disfrazadas por el mito capitalista, el cual promueve la superación personal por medio del trabajo arduo que liberará del flagelo de la pobreza a aquel que se proponga a hacerlo. Para entender esto, se utilizará un ejemplo que ilustre esta realidad.

Un día normal

Felipe se despierta todos los días a las 4:30am con el fin de tener el tiempo suficiente para bañarse y prepararse para estar en su trabajo a las 7:00am. Durante toda su vida, no ha sido ajeno a tener que caminar cinco cuadras antes de llegar a la parada del bus, el cual le conducirá a un “Call-Center” en donde permanecerá diez horas. Al subir al bus, se encuentra con las mismas personas de siempre, muchos de ellos con el mismo destino que él. El bus parte del centro de Villa Nueva hacia la Z.10 de la Ciudad de Guatemala a las 5:45. A medida que avanza, el lento andar se convierte en una carrera entre conductores que pelean por el “pasaje” de muchos otros trabajadores urbanos que necesitan llegar a tiempo a sus fábricas, call-centers, maquilas, entre otros lugares de trabajo. El bus se llena de una rica diversidad de personas, señoras, señoritas que se aferran a sus bolsas y las pocas joyas de fantasía que poseen, jóvenes que prefieren desconectarse del mundo al conectarse a sus audífonos y viejos que prefieren dormir hasta alcanzar su destino. Todos ellos andan con un semblante similar: una misma expresión de cansancio combinada aquella serenidad y determinación que la responsabilidad laboral otorga a aquellos que deben de traer el pan a casa.
A medida que las curvas de la cuesta de Villalobos llegan a su fin, el tráfico de ingreso a la ciudad se convierte en un denso mar de vehículos con resabios de una cultura que no ha sabido lidiar con la toma de decisiones prudentes que podrían haber construido una ciudad con un mejor ordenamiento vial y que por lo tanto, han causado en los transeúntes estrés y ansiedad colectiva al querer imponer voluntades a la hora de conducir. Unos deciden que llegar a tiempo a sus trabajos es prioridad nacional y por eso deciden atravesarse todos los carriles que puedan a medida que encuentran espacios por los cuales puedan colarse y adelantar unos cuantos metros. La prudente señalización que permitiría a las personas incorporarse a un carril se convierte ahora en una indicación para la mayoría de pilotos que acelerarán con el fin de no perder ellos su espacio en una vía que siendo propiedad de los ciudadanos y de quienes transiten en ella, en este momento se convierte en propiedad individual y será defendida hasta la muerte. Mientras tanto, Felipe piensa… y piensa en su mujer. Pocas cosas motivan al hombre de una forma tan poderosa; citando a Napoleón, “Hay cuatro cosas que ponen al hombre en acción: Interés, Amor, Miedo y Fe.”, para Felipe, el principal motivante que lo ha puesto en acción es su mujer que en este momento espera a su segundo hijo.
Los gastos han sido grandes este mes. Debe de conseguir aquel ascenso por el cual ha estado esforzándose a lo largo de medio año. Las plazas de supervisores le darían por lo menos Q3,500 más de lo actualmente devenga, lo cual le daría un total de Q7,000 mensuales, más todos aquellos bonos por productividad que dependerían de los resultados que su grupo logre alcanzar bajo su liderazgo. Trabajando con números en su cabeza, Felipe no se percata de los dos señores que andan predicando acerca de su conversión al Evangelio y de cómo éste evento trascendental ha evitado que todos los que están sentados en ese momento sean asaltados con aquella brutalidad que haría llorar hasta el niño Dios.
El bus alcanza los Próceres, y todo el entorno comienza a cambiar. Los edificios se convierten en el distintivo predominante del paisaje, los carros golpeados y aquellos pickups que apenas y pueden andar ceden su lugar a carros un poco más modernos; BMW, Audio, Volvo, Mercedes-Benz, todas estas marcas son ahora más frecuentes. Felipe es sacado de su trance al ver un BMW del ‘99 en un predio que es anunciado a Q50,000.00. Ése es el carro que necesita.


El bus se acerca al Centro Comercial Pradera, en donde deberá de hacer la parada final para Felipe. Al aproximarse a McDonald´s, el conductor frena y se estaciona por unos minutos. Muchos de los que vienen en el bus se bajan en este momento, siendo Felipe uno de ellos. Revisa sus bolsillos en búsqueda de su “badge”, aquel instrumento que le servirá para acceder al edificio y que le identifica como un trabajador para una empresa que ha crecido de forma exponencial a lo largo de diez años. Al encontrarla, la cuelga alrededor de su cuello. Un pensamiento pasa por su cabeza: “Bienvenido a la esclavitud”. Llega a su cubículo, en el cual aún se encuentra Lissette intentando apaciguar a un cliente a través del teléfono. La llamada fue un fracaso rotundo y tiene que ser trasladada a un supervisor en Estados Unidos.
Lissette exhala en frustración y ve a Felipe esperando a que den las 7:00 para conectarse y reemplazarla a ella como el engranaje vital pero invisible de la industria de servicios del país. Liss optó por tomar el “Graveyard Shift”, o turno de la noche, con el fin de ganar un poco más de dinero y poder estudiar durante la mañana en una universidad privada que ofrece descuentos a los trabajadores de esta empresa y que ella paga con la mitad de su salario mensual. Restando 2 minutos para que den las 7:00, Liss pone a su estación en modo de espera con el fin de que no entre ninguna llamada que pueda prolongar su estadía en este lugar y le obligue a llegar tarde a su primera clase, la cual empezará a las 7:30. Felipe la saluda y saca sus auriculares de la mochila que cargaba en la espalda y se sienta en esa silla que Lissette ha dejado cálida después de muchas horas de permanecer sentada.
Al conectarse al sistema, la primera de muchas llamadas le llega en menos de 30 segundos. Cada llamada debe de durar en promedio 5 o 6 minutos ya que de excederse de parámetro, su trabajo sería considerado como inefectivo. Dura 23 minutos. El sistema le otorga automáticamente un minuto para que redacte el informe final de la llamada.

El tiempo transcurre. En menos de dos horas, Felipe ha atendido 26 llamadas. Dos de ellas han trascendido y ha debido de trasladarlas a un supervisor. El resto de clientes han quedado satisfechos con su desempeño. El primer descanso está previsto a las 9:30am, pero Felipe sabe que esto puede llegar a aplazarse si una llamada entra antes de las 9:29, el único momento en que tiene autorizado poner a su equipo en estado de suspensión para poder salir a su receso a tiempo. Por suerte, la última llamada que tomó fue una “Dead Call”, una llamada que algún agente telefónico no terminó y quedó en suspensión; Felipe ha estado oyendo aquella irritante pero aceptable música que le recuerdan a los camiones de helados de su juventud por más de diez minutos. Antes de irse al receso, le transfiere la llamada a Gerardo, quien se sienta en el cubículo adosado al suyo. Gerardo le da las gracias y se prepara a descansar el tiempo que dure esa llamada o se desconecte automáticamente.
Quince minutos no pareciesen ser suficientes para descansar, pero en esta industria, estos minutos son tan preciados que simplemente se disfrutan de la mejor manera posible. Felipe busca la cajetilla de cigarros que compró el día anterior y agarra el encendedor que su novia le regaló, los mete en su bolsillo y corre por las escaleras hacia el primer nivel. Al salir, el sol de la mañana ha hecho lo suyo; las calles están calientes y las personas atrapadas en el tráfico buscan formas de refrescarse, algunos abren los vidrios, algunos comienzan a sudar, otros suben el nivel del aire acondicionado al máximo y permanecen con los vidrios cerrados. Pero en este momento, lo único que importa es el placer que Felipe experimenta al fumar ese cigarro. Las voces molestas, los gritos, los insultos, todos se desvanecen de la misma forma en la que el humo se disipa en el aire congestionado de la ciudad. Lastimosamente, los quince minutos terminan demasiado rápido y debe de regresar a su puesto; cualquier atraso significa una multa de cinco dólares al final del mes.

El conteo de llamadas asciende a 71. Sólo tres han debido de ser trasladadas a su supervisor. El almuerzo se aproxima de forma agónica. Antes de ponerse en modo de espera, una última llamada aplaza su media hora de almuerzo por más de veinticinco minutos. Al terminar la llamada, las personas con las que regularmente almuerza están regresando a sus cubículos. Algunos deciden ir al baño, ya sea a defecar o a orinar, en los pocos minutos que les quedan. Otros, prefieren seguir conversando entre sí. Felipe corre al séptimo nivel. La cantidad de gente en la cafetería es extraordinaria. Hay más de veinte personas esperando en cola para ser atendidas; haciendo cálculos en su mente, se da cuenta que no le alcanzará el tiempo para comer. Corre hacia el primer nivel y se dirige a una cafetería que está a dos cuadras, sobre la 20 calle. Al llegar, la fila es de solo dos personas. Hoy sirven pepián, comida que detesta con toda su alma. A medida que cada bocado convierte ese guiso con sabor a tierra en un poco más tolerable, el tiempo transcurre de nuevo muy rápido. Corre de nuevo al edificio, luego de dejar más de la mitad del plato debido a su sabor terroso.
Se conecta a tiempo. Las otras 30 llamadas transcurren sin muchas eventualidades. Una agente telefónica coquetea con él y decide seguirle el juego, ¿Qué podría pasar si esta muchacha se encuentra a cientos de kilómetros y jamás se cruzarán en sus vidas? Además, es una buena forma de perder el tiempo. Ve su reloj, quedan dos minutos para su último descanso de la jornada. Es en este descanso donde se toma su tiempo para ir al baño. Casi nunca hay papel en el baño, por lo que es necesario que todos traigan un rollo de papel higiénico para no tener que pasar por apuros. Saca el suyo de su mochila y camina con algo de prisa. A pesar de llevar varios años en este trabajo, su organismo aún no se acostumbra a un horario de diez horas sin defecar. Al entrar al baño, una sinfonía de ruidos seguida de una experiencia olfativa poco agradable inunda sus sentidos… Pronto estaría dando su aporte a esta orquesta.

Termina poco antes de que el tiempo se agote. Regresa a su puesto. A esta hora, el ritmo de llamadas se desacelera y queda tiempo entre llamadas para poder conversar con sus amigos. Ve a su izquierda y nota los ojos rojos al estilo del mismo cadejo que su compadre ostenta. El uso de marihuana en los recesos de quince minutos es algo demasiado común en este lugar; la mayoría trata de escapar a esa realidad a la cual están encadenados con su badge alrededor del cuello. Ve a Víctor, un señor de cuarenta y cinco años que es considerado el tipo más gracioso del lugar. Víctor se enfrasca en una discusión con un cliente que quiere una cortesía adicional a todas las que el producto ya incluye. Al intentar explicarle que no es posible obtener eso gratis, él le ofrece un precio con descuento. La agente lo manda al diablo y la cara de Víctor se torna seria. “Vieja cabrona” dice al terminar su llamada; lastimosamente, no puso su estación en modo silencioso y el supervisor de turno oye su contestación. Mandan a llamar a Víctor y le dan una sanción, perdiendo su bono por productividad.
El tiempo pasa y es hora de salir. Una última llamada atrasa su salida dos minutos. Felipe se desconecta y se retira del lugar, despidiéndose de aquellos que no estén atendiendo una llamada por el momento. Atraviesa el boulevard y se sube a un bus que ya desbordó su capacidad. El camino a casa promete ser interesante. Al abrir los ojos nuevamente, descubre que está a tres cuadras de su parada. Se baja y camina otro poco hasta llegar a su casa, pero antes de entrar oye como la sirena de una ambulancia se dirige a un callejón que colinda con su calle. Las luces rojas le recuerdan del peligro al que su familia está expuesta todos los días, pero agradece a Dios de que nada le ha pasado en el tiempo que ha vivido en este lugar. Al abrir la puerta de hierro, José su hijo lo saluda con un abrazo. Su novia, que se convertirá en su esposa en cuanto ahorre para un anillo, lo saluda con un beso.


Se sientan a cenar. Lo típico de todas las cenas, el niño termina de comer rápido, una discusión sobre las deudas a pagar se suscita… Felipe ve al techo y cuestiona su actual existencia. Todo el día de hoy se repetirá mañana. Esta cadena de eventos, coincidencias, personajes y demás circunstancias tiene una forma peculiar de manifestarse día tras día. Algunas personas cambiarán, ciertos lugares nuevos serán visitados, el humor de su novia será tan aleatorio como siempre, pero la certeza de que nada será radicalmente distinto le causa ahora desesperación. No era lo que él quería hacer cuando era niño ni adolescente. Las decisiones y sus circunstancias le han llevado a una realidad en la que simplemente es una pieza más en el engranaje de la sociedad capitalista en la que vive.
El sentimiento le causa ansiedad. Sale de la casa cerca de las 9:00pm y se dirige a la tienda de la esquina. Al llegar, se encuentra con las mismas figuras que siempre habitan el lugar. Dos de ellos lo saludan y le invitan a sentarse sobre una caja de refrescos vacía hecha de ese plástico duro que evita que se compriman y deshagan entre sí. Pide un “octavo” de Quetzalteca y las estrellas comienzan a difuminar su luz en la noche en la medida en que se convierten en una serie de pinceladas que se arrastran solas de manera proporcional a cómo la botella se vacía.
El otro día inicia igual… pero esta vez, con una ligera resaca.


La anterior historia ilustra un día en la vida de un trabajador urbano en la ciudad de Guatemala. Es necesario sintetizar que si bien puede ser una historia ficticia, todo lo descrito compone elementos de la realidad que el trabajador debe de atravesar a diario. Desde la delincuencia reformada, los vicios, el estrés, la falta de solvencia económica, entre tantos otros problemas, no permiten que el capitalino otorgue de sentido a su vida.